miércoles, 11 de septiembre de 2013

Mojiganga "Mon amour"

¿DÓNDE ESTÁ LA MOJIGANGA?
Mirando el logo de las Fiestas de Graus...

Recorriéndo, desde la figura central superior -el cristo-, en el sentido
de las agujas del reloj veo los trabucos, las gaitas, un careta, un clérigo,
los danzantes, los palitroques, el caballez, los cabezudos, los espadas y...¿?
¿Dónde está la Mojiganga?
Si es un descuido... es grave. Si es una omisión... me cuesta entender a qué razones obedece.
¿Las fiestas de Graus sin la Mojiganga? Dudo que fuesen lo mismo.
¿Habrán tenido en cuenta el sentir de algunos como el de quien nos envía la siguiente carta?
Lean, lean.

Mojiganga "Mon amour"
Me encontré frente a ti sin saber apenas quién eras. No te conocía y te vi, allí, en la plaza, soberbia y luminosa. Caí, de forma instantánea e irremediable, en un estado de enamoramiento total. El flechazo fue completo.
Enseguida me di cuenta de que eras bizarra y con un punto canalla, promiscua y deslenguada y de que no iba a poder hacer nada para evitar que me sedujeses. O, precisamente por todo ello: desde ese momento peleé con todas mis fuerzas para que me quisieras, para que me dejaras entrar en tu vida y ser parte de ti. Comprendí también que eres de las que no se casa con nadie y que tu amor iba a tener que ser compartido.
Han pasado los años, casi diez, y nuestra relación sigue adelante. Ahora sé que también tú me quieres aunque nos veamos poco. Cada vez que vienes al pueblo, siempre en fiestas, me tienes ahí, con mis mejores galas, presa del nerviosismo, a la espera de poder pasar contigo una noche, la única que me concedes, y que sea hermosa y mágica como todas las que hemos compartido. Me gusta que me vean contigo del brazo. Me llena de orgullo que sepan de mi afecto por ti y a quienes te critican les dirijo una sonrisa indulgente pues, como dijo el poeta italiano, da buenos consejos quien no puede dar mal ejemplo.
A quienes te dicen casquivana les digo que tu libre albedrío es irreductible. A quienes te tildan de irreverente les diría que lo sagrado no se acrisola de forma sectaria. Si alguien te encuentra incómoda es porque no confundes la ausencia de prejuicio con la falta de criterio y dices, de forma insobornable, lo que te parece.
Y, a pesar de todo, eres cálida y cariñosa. Tienes paciencia con los que empiezan y con la torpeza de los que tenemos más voluntad que talento; sabes ser indulgente con los errores y muestras aprecio por quien suple la falta de medios con imaginación. En tus brazos he aprendido a compartir pues eres generosa y a no escatimar esfuerzos ya que eres de las que luchan. Me has enseñado a ser valiente: no te amilanan ni las dificultades ni los retos. Contigo he entendido mejor el sentido del trabajo en equipo y que se disfruta más de la vida en compañía plural y heterogénea. Eres de las que escuchan a todos y a todos permiten tener voz; acogedora y maternal dices no con una sonrisa al exabrupto desaforado y no caes en adulaciones hueras cuando alguien sobresale.
Alguna vez te he visto caer en el desánimo, descomponerte por las prisas y mostrar irritación por el cansancio. Y, sin embargo, cuando nos encontramos en el lugar de nuestra cita, en la plaza Mayor, te veo llegar como acostumbras: con el ánimo ligero, resplandeciente y con la carcajada a punto. Tú me has enseñado a reír: de lo triste, de lo espeluznante, del desatino, de la mala leche, de la inepcia, de la petulancia, de la mala gestión de quien gobierna, de la hipocresía, de la falsa moral, de la ignorancia militante, de las malas intenciones...y de mí. Me has enseñado a reírme, sobre todo, de mí.
En una única ocasión no acudiste a nuestra cita el día previsto. Me dijiste que si la lluvia, que si no sé qué acerca de que se te podía mojar el vestido...Te contesté que nos viésemos en un lugar a cubierto y adujiste que era muy tarde para salir y...no sé qué otros pretextos. Allí me quedé, buena parte de la noche, de conversación con otros, sin poder verte, con cara del que juega al póquer y tiene malas cartas. No era fácil digerir la frustración cuando el deseo era tanto. Te juzgué coqueta y un pellizco de disgusto amargaba mis sonrisas forzadas que pretendían disimular la contrariedad. En cambio, después comprendí lo mucho que me quieres. Entendí por qué motivo habías pospuesto nuestro encuentro: no sé cómo, conseguiste saber que la noche siguiente había de morir uno de mis amigos más queridos. Y allí estuviste junto a mí, rodeándome con tus brazos para calmar mi dolor. Hacías bromas para intentar que mi corazón saliese del callejón lleno de cristales rotos por el que se arrastraba desde que llegó la fatídica llamada de teléfono. Me decías que tenía que mirar hacia adelante. Te empleaste a fondo para recordarme que se muere viviendo y que, esto último, tenía que hacerlo a conciencia.
Acabo de enterarme de que ya estás por aquí y de que algo no ha ido bien: te han dejado fuera de una foto de familia, de la tuya: los Protagonistas de las Fiestas de Graus. No he conseguido entender qué ha sucedido pero lo que sí he conocido es tu reacción: una vez más das una lección de cómo sonreír ante el contratiempo y seguir alegre el camino.
Y así llegarás a nuestra cita: sonriendo, ajena a todo lo que no sirve para vivir en paz (pues te gusta incordiar pero no crear discordia) exuberante y magnífica con esa caricia tan tuya, que a algunos calma y otros les hace saltar, y allí estaré yo, con mi mirada de arrobamiento sin poder evitar que todos sepan lo que he callado y ahora digo: Mojiganga, te quiero.

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